Nicolás Emilfork | 30.12.2017
Estudiar en el extranjero, en primer lugar, es una experiencia que se puede abordar desde distintas perspectivas. Por un lado, es un privilegio, debido a que es una oportunidad que no se da para cualquier músico, especialmente si se relaciona a becas y posibilidades de financiamiento. Por otro lado, implica una serie de beneficios musicales, culturales, y profesionales, que en gran medida se dan por el hecho de perfeccionar conocimientos, la posibilidad de aprender otros idiomas, y por la posibilidad cierta de establecer relaciones con personas, organizaciones, e instituciones con las que sería muy difícil tener contacto si se estuviera sólo en Chile. También, implica una serie de desafíos, desventajas, y tensiones, que de una u otra manera pueden inclinar la balanza entre un lado y otro en relación a proyectos futuros y el lugar donde uno quiera o pueda residir. Sin embargo, existen diferencias entre realizar estudios en distintos países, sobre todo a la hora de establecer puntos de comparación y análisis, que desde mi experiencia personal puedo abordar debido a mis estudios de postgrado en Estados Unidos. Cada país está inmerso en un específico sistema de educación, político y de financiamiento que implica externalidades y consecuencias en la formación que el intérprete recibe. Lo importante es enfatizar que todas las alternativas pueden y deben aportar distintos aspectos para configurar nuestra institucionalidad.
El primer acercamiento lo realizaré a través de mi propia experiencia como estudiante de maestría y doctorado en Estados Unidos. La pregunta primordial para entender la opción y las consecuencias es ¿por qué decidí realizar un postgrado? Después de terminar mis estudios de licenciatura tomé la decisión de esperar un tiempo antes de continuar mis estudios, confiado en la formación que recibimos como guitarristas clásicos en Chile, que debido a reconocimientos en concursos y posibilidades profesionales, ha sido reconocida como de excelente calidad. Sin embargo, después de conversaciones con colegas e instituciones, pensé que el momento había llegado, sumado a la creación de programas de financiamiento. De esta manera, la posibilidad se veía con certeza. ¿Por qué Estados Unidos? Principalmente, por razones bien definidas. Primero, por la posibilidad de estudiar con maestro de nivel internacional reconocido en distintas latitudes. Segundo, por la existencia de programas que no sólo se focalizaban en interpretación, sino que también poseían un componente teórico e histórico fuerte, que incluso contemplaba la posibilidad, remota en ese entonces, de proseguir con estudios de doctorado. Y tercero, porque me daba la impresión de que las fuentes de financiamiento de ese país podían darme una perspectiva más acabada de lo que la filantropía significaba para el mundo de las artes.
Músicas diversas y fuera del marco de lo “clásico” tienen su lugar dentro de la academia.
La primera expectativa se cumplió cabalmente, ya que fui aceptado en la cátedra de Adam Holzman, una de las más importantes en este país debido al reconocimiento de sus alumnos a nivel de premios, y por su fama como intérprete activo en festivales y su colaboración en una multiplicidad de grabaciones con el sello Naxos. Simultáneamente, puso en tensión mi formación porque de una manera u otra desarrollé, cambié y modifiqué elementos técnicos que sin lugar a dudas han mejorado mi capacidad como ejecutante e intérprete. Y paralelamente, volví a participar en concursos en un ambiente competitivo, pero muy fraternal y amistoso, en la que estos eventos implican una gran posibilidad de establecer relaciones, crear amistades y futuros proyectos. Y quizás el elemento fundamental que más me llamó la atención fue la existencia de lo que aquí se denomina como “studio class”, una sesión semanal donde los estudiantes de la misma cátedra tocan para preparar conciertos audiciones, concursos. Similar al sistema de audiciones en Chile, la ventaja que encontré fue la posibilidad de tocar regularmente, semana a semana en un ambiente amigable, exigente, que permite ver la evolución de un repertorio propio y ajeno de manera tangible. En segundo lugar, la expectativa de la formación teórica se amplió en sentidos que nunca imaginé. Quizás uno de los puntos fundamentales fue el hecho de estudiar en una escuela de música enmarcada dentro de una universidad estatal de primer nivel, elemento que me permite convivir no sólo con intérpretes, sino que también con musicólogos y teóricos en formación, lo que me ha permitido establecer discusiones y conversaciones que me empujaron e incentivaron a potenciar una faceta académica que en otro lugar no se me habría dado. De la misma manera, la posibilidad de enseñar clases en la Facultad de Artes Liberales me ha permitido establecer contacto con estudiantes de pregrado de otras disciplinas. En tercer lugar, ha sido ver la incorporación de géneros como el jazz en la formación de intérpretes focalizados en esta disciplina, y la existencia del estudios y ensamble relacionados a música de Asia, el Caribe, y Latinoamérica, con seriedad y sistematización. En otras palabras, una preocupación por desarrollar géneros que escapan del canon, elemento fundamental y que contrasta con la realidad formativa chilena. En otras palabras, músicas diversas y fuera del marco de lo “clásico” tienen su lugar dentro de la academia.
Pero quizás uno de los puntos fundamentales, ha sido ver cómo las organizaciones sin fines de lucro son las grandes responsables de organizar conciertos y renovar audiencias, un concepto de mucha circulación en Chile, pero sobre el cual las iniciativas necesarias no están acordadas. Y es aquí donde la filantropía cobra un nivel fundamental, debido a la carencia o a que el Estado no se involucra con la misma fuerza, por lo que la sociedad civil cumple un rol primordial. Es cierto que existen organizaciones y teatros importantísimos, pero las sociedades musicales dedicadas a la música de cámara, o temporadas de conciertos solistas cumple un rol fundamental en la creación de programas educaciones y temporadas en iglesias, bibliotecas o centros comunitarios que están cerca de la circulación los ciudadanos.
De la misma manera, el modelo estadounidense implica elementos negativos, que pueden y deben ser entendidos a la hora de asimilar sus virtudes. En primer lugar, la cantidad de escuelas de música que incluye una gran variedad de niveles de calidad y formación. En otras palabras, el postulante puede acceder a una gran cantidad de instituciones y maestros, cuyo nivel puede ser extremadamente disímil, a pesar de estudiar en uno de los países más desarrollados del mundo. Por otro lado, la independencia de curriculum e irregularidad de formación a nivel de conservatorio básico es demasiado grande. Gran parte de los estudiantes se forman a nivel privado, o en academias, por lo que el componente teórico y armónico se aborda durante los primeros años de licenciatura, de manera tardía en comparación a los países europeos y latinoamericanos. En tercer lugar, la existencia de la filantropía en el desarrollo de los proyectos artísticos implica la ausencia de un modelo estatal que abogue de manera transversal por un acceso equitativo a la cultura de parte de los habitantes de la región o el país en general.
Basado en los aspectos que rescato de todas las experiencias de la realidad estadounidense, ¿de qué manera se pueden aplicar en Chile? En primer lugar, se debe desarrollar el concepto de música dentro de instituciones universitarias y la colaboración con otros departamentos que permitan a estudiantes tomar cursos, y a alumnos de postgrado a impartirlos, como forma de dar experiencia profesional y fomentar un diálogo interdisciplinario. Si la música en Chile se encuentra mayoritariamente dentro de las universidades, asumir ese rol de la manera que se realiza en Estados Unidos. En segundo lugar, aprovechando la existencia de departamentos de música, se deben potenciar las disciplinas teóricas, a nivel de pregrado y postgrado, entiendo el rol transversal y no sólo de conservatorio. En tercer lugar, fomentar que nuestras escuelas de música aborden la problemática de la música a nivel integral y no sólo quedarse en la instrucción de músicos nivel de enseñanza superior, colaborando con mayor ahínco en la extensión. En cuarto lugar, asumir que una parte fundamental de la realidad chilena es la realización, postulación a proyectos y la creación de iniciativas que depende de una autopromoción y gestión íntimamente ligada a la existencia de fondos, y la necesidad de generar iniciativas con fondos recaudados e otras fuentes. De esta manera la extensión y la utilización de espacios comunitarios se fomentaría sacando la música de teatros, utilizando escenarios que están conectados socialmente con el público general, asumiendo que nuestro sistema de financiamiento puede y debe recoger elementos del mundo anglosajón y de la manera en que el Estado y la sociedad civil conviven. En quinto lugar, sumar, invitar, e iniciar un fuerte diálogo con la música que se desarrolla en Chile y que está fuera del canon o de la cultura del conservatorio tradicional, no sólo a nivel de cursos electivos, sino a nivel curricular. Finalmente, enmarcar estas iniciativas con el fin de convertir a nuestras escuelas y facultades de música en un centro latinoamericano que atraiga a estudiantes de países de la región y que genere convenios permanentes con países europeos.
Cada uno de los puntos antes señalados puede ser desarrollado en forma independiente y con mayor profundidad. Sin embargo, la implementación simultánea y sostenida entrega posibilidades de desarrollo inmejorables. Todo esto debe realizar con la fuerte intención de entusiasmar y fomentar el perfeccionamiento de los estudiantes en el extranjero para que las instituciones los atraigan para enseñar y colaborar a su regreso. En otras palabras, que las posibilidades de obtener un postgrado se conviertan en determinantes a la hora de obtener plazas en universidades, como prueba de que el conocimiento propio obtenido en el país se ha puesto en cuestionamiento, en tensión, y que además se han adquirido herramientas, conocimientos y experiencias culturales que constituyen una fuente importantísima para formar a las nuevas generaciones.
Nicolás Emilfork es un guitarrista clásico chileno. Obtuvo con distinción máxima su licenciatura y título en la cátedra del maestro Ernesto Quezada en la Universidad de Chile. Realizó un Master of Music con las máximas calificaciones, bajo la guía del destacado guitarrista Adam Holzman en la University of Texas at Austin, Estados Unidos. Actualmente es candidato a doctor en artes musicales en la misma institución. Ha sido premiado en 14 concursos internacionales y se ha presentado en diversos países. Ha obtenido becas y premios de CONICYT, la University of Texas at Austin y la American Musicological Society. Escribe artículos en El Guillatún (Chile) y Revista Pterodáctilo (Estados Unidos). www.nicolasemilfork.com